En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en un elemento central en nuestra industria, moldeando las estrategias de cientos de empresas. Participa en innumerables procesos: desde el análisis masivo de datos y la modelización predictiva hasta la hiperpersonalización y la automatización extrema. La IA ofrece eficiencia, rendimiento y escalabilidad, entre otros beneficios, pero ese progreso tiene un coste oculto: un consumo energético brutal y un impacto climático creciente.
Lo digital siempre ha parecido algo “etéreo”, pero en realidad tiene consecuencias reales. Hoy en día, creo que carecemos de una conciencia digital sostenible, tanto como usuarios como desde las empresas. No pensamos en el consumo energético que genera la IA; solo nos enfocamos en las ventajas y beneficios que aporta.
En adtech, cada vez dependemos más de la IA para aspectos fundamentales: análisis de big data, toma de decisiones automatizada en milisegundos, optimización, personalización… La IA está ahora incrustada en gran parte de lo que hacemos.
Pero esto tiene un precio. Las emisiones indirectas de carbono de las grandes tecnológicas aumentaron un 150% entre 2020 y 2023, siendo la IA el principal impulsor. (Fuente: UIT)
Se necesitan centros de datos y enormes cantidades de energía para sostener tal poder computacional, entrenar modelos, etc. Mucha energía. Y cada vez más, porque este crecimiento es exponencial.
El informe «State of Readiness 2025» revela que la sostenibilidad es la segunda mayor preocupación del sector digital, solo por detrás de la medición.
Sin embargo:
Regulación europea en marcha
La Ley de IA, la DSA y otras normativas emergentes exigen mucha más transparencia, control y responsabilidad en el uso de la IA dentro de la UE. Esto provocará una presión creciente para adoptar modelos sostenibles.
En EE.UU., sin embargo, el enfoque está 100% centrado en el progreso tecnológico. Cualquier regulación se percibe como una barrera para la innovación y una pérdida de competitividad.
Por un lado, queremos ser sostenibles; por otro, no queremos renunciar a las ventajas que ofrece la IA. No queremos perder competitividad ni quedarnos atrás en esta ola vertiginosa que nos arrastra a todos.
Si la IA no está en tu ADN, pareces condenado a desaparecer o a ser ignorado. Y este mantra (IA en todas partes) está inclinando actualmente la balanza muy lejos de la sostenibilidad y la regulación.
Se percibe que la sostenibilidad no proporciona un retorno económico inmediato. Se ve como un coste extra, no como un motor de ingresos. Para las pymes, es un terreno en gran parte desconocido. Para muchas empresas, es a menudo un obstáculo. Sin embargo, las prácticas sostenibles conducen a un uso más eficiente de los recursos.
Es esencial que la sociedad y las empresas comprendan el verdadero valor y retorno que hay detrás. Además, creo que es un error evaluar la sostenibilidad solo desde una óptica económica o de progreso.
Pero en un contexto global como este, con intereses y prioridades en conflicto, la situación se siente realmente complicada.
Conclusión
Estamos en una encrucijada donde las decisiones no son fáciles: subirnos al tren de la IA sin pensar en nada más o considerar el impacto que tiene en nuestro planeta y tratar de moderar o regular su uso, incluso si eso implica ralentizar algunas áreas.
Creo que no podemos permitir que la rentabilidad y la eficiencia a corto plazo eclipsen la sostenibilidad. El verdadero desafío es encontrar el punto donde ambas direcciones coexistan: una IA eficiente, un uso responsable y un progreso sólido a largo plazo.
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